Si bien la vida de Carlos Gardel nada tuvo que ver con la
santidad, la formación religiosa que recibió en su infancia forjó en él
principios indelebles y marcó a fuego su conducta.
Su primer acercamiento a la fe cristiana fue involuntario
–como sucede con todos los niños de hogares católicos-, ya que recibió las
aguas bautismales a pocas horas de nacido, en la capilla del Hospital
Saint-Joseph de la Grave, en Toulouse (Francia).
Radicado con su madre, Doña Marie-Berthe Gardes, en Buenos Aires desde 1893 en una casa de inquilinato sita en Uruguay 162, en 1897 "el francesito" comenzó sus estudios primarios mientras su infancia se desarrollaba como la de tantos hijos de inmigrantes.
Según relatara Doña Berta en 1900 viajó a Francia para que
su pequeño hijo tomara la Primera Comunión en una aldea vecina a Toulouse que
el cronista de “La Canción Moderna” de 1936 escribió “Laubade”[1].
Este viaje, del cual no se han hallado constancias, es apoyado por dos hechos:
1°) La interrupción de la asistencia a clases durante el año
1900 del pequeño Carlos (aunque coinciden otros motivos inherentes al
funcionamiento de los establecimientos y planes educativos)
2°) Retomada su escolaridad, el 3 de noviembre de 1901
recibió la Confirmación[2], que no habría sido posible sin
la comunión previa.
Es en el colegio salesiano Pío IX donde adquirió la
disciplina -determinante en su carrera artística- y tres características
fundamentales: alegría, generosidad y pulcritud en el vestir, ya que Don Bosco
sostenía que “el aseo y el orden exterior indican la limpieza y la pureza del
alma”[3]
Mientras estas semillas germinaban en su interior, el
adolescente que todavía no era Gardel sino Gardes llevaba una vida como la de
cualquier muchacho de entonces. Carente de una figura paterna que lo aconsejara
y pusiera límites en el momento adecuado, amante de las guitarreadas con
amigos, curioso y andariego, ansioso por conocer el mundo dio a
Doña Berta no pocos dolores de cabeza en su afán de independencia.
“Como perro suelto de la cadena”, describe un antiguo refrán
popular la rebeldía que lo impulsó a fugarse de su hogar. Libre de la rigidez
horaria del colegio podría dormir hasta el mediodía, comer a deshora, entrar y
salir sin dar cuentas a nadie, ni siquiera a su madre cuyos consejos lo
agobiarían, como a todo muchacho que quiere ser hombre.
En 1912 se iniciaba su vida pública. Gardes comenzaba a ser
Gardel y a mostrar a su creciente público la calidad humana que subyacía detrás
de su arte.
Refiriéndose a estos años de aventura, José Razzano contó
que cuando llegaban a una ciudad uno de los primeros lugares que visitaban era
la iglesia [4] y años más tarde un amigo suyo
escribió: “Recuerdo también lo que don Pepe[5] me
contó sobre el espíritu religioso de Gardel que cuando se iba a dormir él
observaba, ya que dormían en la misma pieza, que Carlitos tenía un alfiler de
gancho en la camiseta lleno de medallitas. Durante la gira, como se levantaban
tarde a la mañana –claro, se acostaban tarde a la noche- cuando salían a
caminar por la plaza del pueblo, cerca de la iglesia siempre se encontraban con
alguna monjita. Carlitos le pedía una medallita –antes las hermanitas le daban
a cualquiera cuando les pedían alguna-, se la prendía en el alfiler de gancho y
se lo sujetaba en la ropa”[6]. Años más tarde,
cuando Armando Defino viajó a Medellín para repatriar los restos y equipajes de
la malograda comitiva artística, declaró a la prensa que “En una
pequeña bolsita de seda blanca hay más de cien medallas…”[7],
entre las pertenencias de Gardel.
Muy elocuente es la carta a Isabel del Valle de agosto de
1927: “He recibido tu cartita en la cual veo que te has restablecido y
que te encuentras bien, eso es, por las oraciones que rezo por vos que te
componen enseguida”[8]. Así expresado en una carta
íntima a su novia -con quien convivió durante no pocos meses- no deja margen a
dudas de que aquellas enseñanzas escolares habían echado raíces.
Otro testimonio que muestra la “conexión” con Dios que tenía
nuestro Cantor es el de Francisco Flores del Campo, actor chileno que
interpreta el rol de “Daniel” en “El día que me quieras”, quien recordando su
etapa vinculada a Gardel (Nueva York, 1935), dijo: “Los domingos lo
veía en misa de 12 en la Catedral de San Patricio, en la Quinta Avenida:
Llegaba y se iba solo”[9]. Aunque en otro marco –ya
que se refiere a un hecho aislado y en circunstancias especiales-, Mario
Battistella también recordó la asistencia de Gardel a una misa –o más
concretamente a un Te Deum-, en Italia[10] donde
nuestro Cantor entonó las estrofas del Himno Nacional Argentino, con motivo de
la celebración patria.
Junto a Luis Gaspar Pierotti, luego de visitar la Basílica
de San Pedro, en el Vaticano
De las innumerables anécdotas que muestran el “don de gente”
de Gardel, sus principios éticos y morales, su solidaridad y su hombría de
bien, he seleccionado la más objetiva: la opinión de un sacerdote que no
resultó beneficiado con ningún obsequio ni “gauchada”, sino que evaluó los
consejos que el Cantor daba al adolescente que ayudaba a Doña Berta en los
quehaceres domésticos. Huérfano de padre, muy creyente y practicante católico,
Dante Gallo recordó:
“Yo casi todos los domingos por la tarde iba al
cine, cuya proyección se efectuaba en la sala de actos de la iglesita (…) El
Padre Fourcade hacía de boletero, acomodador, operador, etcétera.
Yo sacaba la entrada con una de las chanchas[11] que me había dado Carlos Gardel; la entrada
costaba 10 centavos, y al Padre Fourcade le decía:
-Deme el vuelto de esta chancha que la
gané con la madre de Gadel, por los mandados que le hice; y su hijo don Carlos,
además que me unta con estas chanchas me sabe dar buenos
consejos como me los sabe dar usted, Padre: (…)
‘Che, pibe… No salgás de noche. Es malo perder la
noche por ahí. No vayas al café a jugar al billar ni a perder el tiempo con
muchachones, que la amistad de ellos no te conviene… Nunca vayas a tu casa muy
tarde… Hacele compañía a tu mamá. (…) Pibe… ojo, por favor, no te vayás a meter
de contrabando en un prostíbulo, las mujeres de la vida están terriblemente
enfermas… Por favor, cuídate, te podés contagiar… No le vayas a dar un tremendo
disgusto a tu mamá’
(…)
Al Padre Fourcade yo le contaba de todas las
recomendaciones que me hacía don Carlos y el Padre me escuchaba con los ojos
bien abiertos y con oídos bien atentos sobre lo que le decía. Y después de una
pausa, me contestó:
-Sí, ya sé y tengo referencias que Carlos Gardel es una
niña en sus procederes, tengo muy buenas referencias de ello (…) Merece una
linda sotana por los cristianos consejos que te da a vos, purrete.
-Eso no es nada, Padre –le continué diciendo-, si usted
viera y escuchara el trato cariñoso que le da a su mamá, doña Berta. A mí,
Padre, don Carlos me tiene a pura recomendaciones y consejos sanos: ‘Ojo,
pibe Dante, pórtate bien’. Además es muy generoso conmigo.
(…)
Nunca me olvidaré la cara que puso doña Berta cuando le
conté las ponderaciones que el Padre Fourcade había hecho de su hijo Carlos. La
noté sumamente contenta que un sacerdote tuviera conocimiento de las
imponderables virtudes de su hijo”
Es posible que los diálogos hayan sido recreados luego de tantos años, pero no los conceptos básicos allí vertidos. Los recuerdos continúan con las bromas que Celedonio Flores hizo al imaginar a Gardel de sotana y el malestar de nuestro cantor:
-Está cabrero con vos porque no quiere que lo ensalces
por ahí… que cuentes cosas de él, ponerándolo. Me dijo que si es bueno con vos,
será porque te lo merecés y nada más.
(…)
Y en efecto, se dio la advertencia del Negro Flores. Una
mañana muy tempranito llegué a la casa de don Carlos, y como tiro se incorporó
de la cama, y asomándose desde la puerta de su dormitorio, me dijo:
-‘Pibe Dante, venga que tengo que hablarle…’
(…) Entro a su dormitorio y me dijo, muy enojado:
-‘Dígame, jovencito… qué anda contando de mí, usted,
por ahí, como soy yo. Hasta a mamita la he tenido que retar porque me ha venido
con aquello de que por mi manera de ser, soy candidato para usar sotana’ [12]
A esta anécdota podrían sumarse miles de la misma índole,
donde no media ningún regalo ni ningún beneficio inmediato sino la
manifestación de un Gardel íntimo y cotidiano que todos hubiésemos querido
conocer.
Ni masón ni delincuente. Un hombre de sólidos principios
éticos y morales que creía en Dios y andaba por la vida con una honestidad y
una rectitud que ni las noches parisinas ni los domingos hípicos ni las
amistades “non-sanctas” pudieron mellar, un ser humano que acostumbraba “devolver
gentilezas por sinvergüenzadas”[13], sintetizando
en esta frase todas las enseñanzas del Evangelio que conservaba y practicaba
desde su infancia
Ana Turón
Azul, mayo 18 de 2014
[1] “La Canción Moderna –
Radiolandia” 1936. Ha sido imposible hallar en mapas esta aldea, por cuanto
existe la posibilidad de que el periodista haya incurrido en un error al volcar
al papel las palabras de Doña Berta.
[2] ABALLE, Guadalupe. “Algo más
sobre Gardel”. Ed. Corregidor, 2004.
[3] ABALLE, Guadalupe, op cit.
[4] Testimonio recogido por parte
de la autora de labrios del coleccionista Ángel Olivieri en 1985.
[5] Razzano
[6] OLIVIERI, Ángel. “Historias de
Tango” volumen dedicado al Dúo Gardel-Razzano. 2da edición. Ed. AqL. Bs. As.,
2008
[7] ANTENA, 15 de febrero de 1936
[8] HERMÁNDEZ, Anastasio. “Vida y
Obra de Carlos Gardel”. Ed. Del autor. Córdoba, 1996
[9] AA.VV. “Carlos Gardel. Tango
que me hiciste bien”. Ed. Andrés Bello. Santiago de chile, 1985
[10] LE PERA, José – BATTISTELLA
Mario. “Carlos Gardel. Su vida artística y anecdótica”. Bs. As. Semec, 1937
[11] Monedas de veinte centavos
[12] GALLO, Dante. “Así conocí a
Carlos Gardel y a Celedonio Esteban Flores (Cele). Yo era un adolescente de
quince años”. Ed. Baraga. Bs. As., 1986
[13] DEFINO, Armando. “Carlos
Gardel. La Verdad de una Vida”. Cia. Fabril Editora. Bs. As., 1968
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